Podrías haber sido como alguien cualquiera, pero no, eso nunca entró entre tus planes.
No estabas el día de mi cumpleaños con un ramo de rosas esperando desde hacía horas en la puerta de mi facultad, no. Tú llevabas una maceta, de rosas, eso sí, porque no se te había ocurrido pensar en la floristería de al lado de tu casa, y eso era lo más próximo a mi soñado ramo de rosas que habías encontrado, Dios sabe donde. Y por supuesto, cómo no, llegabas tarde.
Todo te salía al revés, pero qué le vamos a hacer, supongo que los planetas se alinearon y decidieron que las cosas fuesen de esa manera, y hasta tenía su encanto.
Sabías de sobra qué era aquello que más deseaba y te empeñaste en que nunca se hiciera realidad. Y aun así, la que se empeñó fui yo, en seguir queriéndote a mi lado.
Aunque me temo que de esperanzas no se vive, ni de mentiras, ni con dolor. Un ratito puede, pero no una eternidad.
Somos cabezotas hasta la saciedad, y no sé qué o quién nos hizo creer que con todas nuestras armas y buena voluntad podríamos cambiar a las personas, pero yo me lo creí de principio a fin. Y ahí estuve, agotando todas mis fuerzas, sin cansarme de gastar intentos, esperando a que un milagro sucediera. Y quizá no ha sido tan duro como esperaba asumir que es cierto que no existen.
Tanto esfuerzo no recompensado algún día tenía que cesar, que el amor incondicional es precioso, de eso no cabe duda. Pero aunque no sea recíproco (y mira que mi padre un día me dijo: lo que sea, pero que sea recrípoco), por lo menos que sea valorado, si no, acabas con un manojo de contradicciones, un corazón hecho añicos y un conflicto interior de emociones que no hay especialista capaz de sanarlo.
Así que nunca es tarde para dejar de lado tanto amor incondicional y empezar a usar un poco de eso que llaman "amor propio". Y tampoco lo es para aprender de una puñetera vez a quién querer y a quién dejar pasar de largo. Aunque pensándolo mejor, dudo que esto último pueda aprenderse...
Sin darnos cuenta, llegará un día en el que estaremos dando gracias a quien tengamos que dárselas por la persona que ha puesto a nuestro lado y nos cercioraremos por fin de la importante y única entendible función que tiene la gente mala en el mundo: ayudarte a valorar mucho más a la gente buena. Hasta entonces, estará en nuestras manos dejar de infravalorar nuestra capacidad de elección y actuar. Porque no es sano esmerarte en soportar lo insoportable, tratando de cambiar lo incambiable, porque las personas son, y nada podemos hacer contra ello.
Así que, de mi parte, después de tantos atardeceres en compañía y de tantas noches de soledad. De los regalos que se quedaron en el altillo y de los detalles que sí merecieron la pena. De los gintonics compartidos. De la cantidad de horas muertas, que nunca quise que acabaran, y de los días fríos interminables. De las risas y los bailes improvisados. De las largas conversaciones que agotaron todos los temas abarcables y de tantas horas de silencio. De fallar cuando más hacías falta y de aparecer cuando nadie te había llamado. De contar estrellas juntos, o lunares, quién sabe, a mí todas las marcas de tu cuerpo me parecían una constelación. De las canciones con vida propia, de nuestro 'Copenhague' particular. De convertir cobertizos en paraísos. De paseos con helado de sabor amargo. De las lágrimas correteando por nuestras mejillas, unas de alegría, muchas otras no. De montones de porquería acumulada y de minutos de gloria que valían más que todo el oro del mundo.
Después de tanto y a la vez tan poco, sólo puedo decirte que cojo mis maletas (cargadas de lluvia, como diría Sabina), y me largo. Ni lejos ni cerca, porque no voy a ningún lado. Me largo de donde me he quedado estancada durante tanto tiempo. A la vuelta de la esquina, quizá. Pero me largo.
Thursday, September 4, 2014
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