
Vivimos rodeados de tópicos que a menudo nos absorben el cerebro y no nos permiten ver más allá de lo que nos dictan. Nos dedicamos a enunciarlos con asiduidad y pocas veces nos paramos a analizarlos. Es habitual escuchar frases hechas como "nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes" u otros derivados que nos hacen pensar que sólo valoramos las cosas cuando nos faltan, que sólo las añoramos cuando ya no están y que nunca las disfrutamos al máximo mientras las poseemos. Mentira. Unos más, otros menos, pero todos sabemos valorar a diario las cosas de las que se nos ha hecho dueños. Todos somos conscientes de aquello a lo que nos podemos atener en cada momento, de aquellos a los que podemos acudir en cada momento, y es cuando faltan cuando notamos el hueco tan grande o tan pequeño que dejan en nosotros, y cuando deliberamos realmente cuan importante han sido. Pero no es entonces cuando más lo echamos de menos ni cuando más lo valoramos, eso es una trola que se han inventado no sé muy bien para qué.
Todo este rollo viene a dirigirse a algo mucho más simple, a algo paralelo a las cosas que nos rodean, a algo que siempre está presente pero a lo que no siempre se le toma como presente: la dependencia.
Tratan de vendernos que en los tiempos que corren es inconcebible que alguien viva, por ejemplo, sin internet. Parece obvio que a cualquier persona vaya siempre adjunto un teléfono móvil, un ordenador, cualquier aparato electrónico, y termina pareciéndonos raro que sea al contrario. "Yo nunca veo la tele", "Yo no tengo un smartphone", resultan afirmaciones que producen una reacción de sorpresa y extraño para el receptor, cuando lo cierto es que hay un gran porcentaje de población en el mundo que jamás ha tenido ningún aparatejo de esos entre sus manos, ni jamás lo tendrá. Pero a ti te extraña, en tu país desarrollado, que alguien con quien te codeas tampoco posea nada de eso.
Nos han manipulado disimuladamente para hacernos creer que dependemos de cosas materiales, y no es cierto. Depender, como bien indica su primera acepción en el diccionario quiere decir “Estar conexo o condicionado por algo para existir o tener lugar”. Y el ser humano cuando nace, nace solo, al menos, que yo sepa, ninguna mujer en el mundo ha parido una criatura a un teléfono pegado. Dependes de un corazón y de un cerebro para vivir, dependes de tu madre durante nueve meses y dependes de tus ganas para levantarte cada día también. Pero no de nada material, ni tan siquiera de tu propio brazo. Mucho menos de una persona, ya que tampoco nadie depende de nadie para seguir viviendo, y todo lo oscuro que muchas veces se ve cuando alguien se desprende de nuestras vidas, termina con el tiempo iluminándonos el camino hacia la verdad menos universalmente reconocida: eres autosuficiente para vivir solo, para vivir sin nada. Así que cuando pierdes a alguien o pierdes algo, solo tienes que mirar hacia todas las personas que siguen a tu lado y hacia todas las cosas que sigues poseyendo, y recordar que aun sin todo eso podrías seguir viviendo.
Hemos sido creados para no necesitar nada más que con lo que se nos viene dado. La gente, los lugares y las cosas que aparecen en nuestras vidas no son más que adhesivos cuya función es adornarla y darle color, hacerla divertida, aportar vivencias que hagan que merezca todavía más la pena abrir los ojos por las mañanas, ponerte obstáculos y ayudarte a superarlos para que puedas sentirte capaz de alcanzar cualquier cosa, pero que... tan fácil se pegan, tan fácil se despegan. O, ¿acaso alguien depende de una pegatina para vivir?