A las 2:39 la felicidad ha llamado a mi puerta. No podía creer que fuese ella la que me hablaba al otro lado del telefonillo. No podía creer que fuese ella la que estaba ahí de pie, plantada, entre la oscuridad, cuando he abierto la puerta. La he dejado entrar pensando que de alguna manera la convencería para que se quedase conmigo. No he podido.
Nunca más me volveré a acostar ansiando despertar porque ella viene a visitarme. O puede que sí. Pero ella será de otra forma y otro color, con otro olor y otra sonrisa. Con otra voz. Y lo único que deseo es que eso no ocurra. La quiero en el formato que la poseo ahora, o al menos poseía hasta hace escasos minutos. Y no me apetece tener que hacer un mar de lágrimas cada vez que suenan todas esas canciones, que no son pocas, que llevan su nombre. Ese nombre… el de mi felicidad.
No hay nada más horrible que verla marcharse, escuchar cada paso que avanza dándote la espalda, en dirección contraria a ti, alejándose poco a poco, y dándole igual el enorme vacío que deja tras su ida. Y no hay nada más humillante y doloroso que escucharla decir con esa frialdad que ya no volverás a verla. Supongo que todos los finales tienen que ser fríos, y un poquito crueles, sino, no son finales. A las 4:47 la he visto por última vez. Y no me gusta a qué sabe la tristeza que la ha sustituido, si al menos pudiese apreciarla o tocarla, pero ni siquiera eso. Viene sin ser llamada y encima se atreve a reemplazar un puesto irreemplazable. Y se me hace un nudo en el estómago y algo que duele me aprieta fuerte en el pecho cada vez que imagino que quizá ahora otra persona se haga dueña de la que hasta el momento era mi felicidad, y no sepa disfrutarla. No sepa apreciar lo bonita y dulce que es.
Y en lo único que no puedo dejar de pensar es en cómo se reía, y en cómo me envolvía en un suave enorme lazo de ternura que transformaba las horas en segundos, haciéndome creer que nada malo podía suceder si ella estaba a mi lado. Y lo único que anhelo es volvérmela a cruzar y que ese espectáculo de fuegos artificiales se vuelva a producir dentro de mí. Y lo único que puedo decirle es "gracias". Y a ti, te suplico, seas quien seas, que jamás a nadie vuelvas a poner tan delicioso regalo entre las manos, si cuando sin merecerlo y repentinamente, se lo vas a arrebatar.
Querida felicidad… no te olvides de mí, siempre seguirás siendo bienvenida a casa.