Me he sentido ridícula, estúpida, pesada e incluso humillada. Pero también satisfecha, contenta, tranquila y orgullosa. Y sobre todo, feliz. Me he llevado grandes decepciones. Pero a ellas siempre hay que tenerlas en cuenta, a las decepciones. Me he guiado por mis impulsos, unas veces me ha salido bien y otras muy muy mal. Siempre he tratado de hacer lo que he querido.
Dejar la pereza, la vergüenza, el qué dirán o el qué será de mí después, cuesta mucho. Pero no hay nada peor que la sensación de quedarte con las ganas de haber hecho algo, o mejor dicho, de arrepentirte de no haberlo hecho.
Los "y si..." que no hiciste en un pasado rondan por tu cabeza como cuchillos penetrando poco a poco por tu espalda. Nadie sabe qué tiempo tiene, nadie sabe qué le deparará el futuro. Así que, seas quien seas, tengas lo que tengas en mente, hazlo. Si te ilusiona y entusiasma, no dejes que nada te eche para atrás. Hazlo, por ti, por mí, por él, por ella. Búscate la excusa más absurda, pero hazlo. Si quieres te dejo tirar de mi "pero si te vas a morir igual". Parece tontería, pero párate a pensarlo un poco. Asusta y... es cierto.
Cuando somos jóvenes tendemos a sentirnos eternos. Vemos muy lejos llegar al momento de nuestra vida en el que lo que toca es irte a trabajar, sacar a tu familia adelante. Más tarde ser abuelo, o abuela. Y luego, morir. Ridículamente tendemos a pensar que nuestra vida será así. Cuando ni siquiera todos llegaremos a ver corretear a nuestros nietos por el típico jardín de casa que siempre hemos soñado. No quiero deprimiros, pero tampoco nos vamos a engañar.
Hay algo que quienes me importan, muchas veces han destacado de mí: y es que siempre, absolutamente siempre, me salgo con la mía. Vale... casi siempre. Y os prometo que no hay nada que te haga sentir mejor. No pierdes nada por intentarlo una vez más, no pierdes nada por insistir una vez más. Y es algo que me gustaría que que quedase grabado en vuestra mente.
Disfrutad del momento. Es una frase simple, consta de tres palabras, es muy fácil de pronunciar. Pero si realmente tratas de llevarla a cabo, verás que tiene una cara un tanto complicada. Aparca las superficialidades, olvida el resto del mundo y céntrate en ti y en lo que quieres. Y por favor, hazlo. Haz lo que quieres hacer.
No os habla la voz de la sabiduría, ni de la experiencia. Bueno, quizá de la experiencia un poco, pero quiero pensar que nada comparado con lo que me queda.
Y lo repito, seguramente te darás con un canto en los dientes, seguramente pasarás noches llorando en silencio, seguramente te sentirás infravalorado y seguramente te sentirás la persona más estúpida del planeta por haberlo hecho. Pero en ningún caso serás ni el primer ni el último corazón partido, ni la primera ni última alma decepcionada. Así que a pesar de todo, hazlo. No dejes pasar desapercibido por la vida de alguien que significa algo para ti. Porque no hay nada mas tranquilizante que tener conciencia de que esa persona ha escuchado por fin todo lo que llevabas tanto tiempo queriendo decirle. No hay nada mas gratificante que haberte decidido a hacer todo aquello que tenías pensado, por absurdo que fuese. Y sobre todo, no hay nada mas hermoso que disfrutar, después de tanta duda e indecisión, del resultado de tus actos.
Así que por ti y por tus maravillosos impulsos, que a veces pueden parecer al resto del mundo de estar loco perdido, deja brotar todas tus buenas intenciones, todas tus buenas palabras. No te lleves a la tumba nada sin decir, ni cosas por hacer. Te arrepentirás, y para entonces, ya no podrás hacer nada.
Pero, si me estás leyendo, estás a tiempo.