Tengo un hermano mayor. Trabaja en televisión, es cámara, y todavía recuerdo como muy inocentemente, cuando era más pequeña, le pregunté qué es lo que hacían los actores mientras ponían anuncios en la tele, creyendo que la serie que estaba viendo se rodaba simultáneamente a la vez que la retransmitían por televisión. También recuerdo como entre risas él me contestó que eso llevaba ya un tiempo grabado, que se hacía por escenas, a trozos, y luego lo juntaban todo. Qué ignorante y tonta me debí sentir por aquel entonces. Tengo grabada en vídeo la imagen del marido de mi hermana metiéndose corriendo en el mar en un frío fin de semana de marzo. Cosas de madrileños. También tengo grabadas a mis piernas flacas haciendo una breve demostración en la arena, de la elasticidad que poseían por aquellas fechas porque practicaba gimnasia rítmica. Gracias a otra grabación, de ese mismo día por cierto, también recuerdo como era la voz de pito que tenía a esa edad, no sé cual. Tengo un hermano mayor. Es aficionado a la fotografía, y por ello cuando viene a casa le pregunto cómo he de colocar la cámara para sacar el mejor resultado de la foto que me dispongo a hacer, y como sabe tanto y le gusta enrollarse tanto, le tengo que pedir, por favor, que se calle. Pero sin embargo, es sólo por una fotografía que él me sacó por la cual recuerdo el verdadero horror de boca que tenía antes de llevar ortodoncia.
En resumen, tengo un hermano mayor, podría contaros muchas cosas más sobre él, pero me limito a decir que, evidentemente, guardo muy muchos buenos recuerdos a su lado, pero sobre todo, le quiero agradecer que de mi corta vida, o mis escasos 17 años, hay un sinfín de pequeñas y grandes anécdotas que sólo recuerdo por él, o por su pequeña manía y afán de querer inmortalizar todo, y llevar siempre cualquier instrumentillo tecnológico encima, sea una cámara de vídeo, sea una cámara de fotos cada vez más grande y con un objetivo mejor. Y de todos esos recuerdos que para mí valen tanto, he de reconocer que mi vida de interesante, poco. A ojos ajenos debe ser aburridísima, a quien quiera que se la cuente no le resultará ni lo más mínimamente entretenida. Pero si puedo asegurar que desde bien enana me ha corrido por dentro el gusanito que me ha incitado a no querer parar quieta, que me ha hecho verme, no sé por qué, más feliz que cualquiera que me rodease, porque he tenido siempre la posibilidad de correr, de pelearme, de gritar, de columpiarme, de caerme al suelo y tropezarme, de hacerme una herida en el recreo y tener excusa para ir a la enfermería, de reír, de llorar, de planear algo con la maquiavélica mente de una niña de 10 años, de ir con mi madre a comprar a Zara Kids y llevarme lo más hortera. También he tenido la posibilidad de ser de las primeras en entrar al comedor y de salir la última, de decidir no comer nada y tener que ir al médico a tomar “un medicamento que me abriese el apetito”, y sentir psicológicamente como justo el día que lo pruebo, no dejo ni rastro del asqueroso potaje y el asqueroso emperador del comedor del cole. He podido celebrar mi cumple en un parque de bolas, y puedo recordar, además, como Belén le tiraba bolas a mi hermano mayor en uno de ellos, tengo fotos con todos mis amigos al lado desde los 4 años, me acuerdo de construir casitas pequeñas para las hormigas, y de jugar a Sailor Moon en el tobogán. Me acuerdo de mis piececitos andando del chalet a la playa, y pararnos antes a ver pasar el trenet, de taparme los oídos al escuchar petardos, y ser la niña llorona que se iba con la profesora justo antes de quemar la hoguera del colegio, también me acuerdo de estar paseando por el centro de la ciudad con mi familia alrededor de las 14.00 un 23 de junio y suplicarle a mi padre ir ya a casa para esconderme debajo de la cama. He tenido la posibilidad de poder decir toda orgullosa desde bien pequeñita que ya me duchaba y me lavaba el pelo sola, de disfrazarme de Escarlata O’hara, de ser una niña egoísta y caprichosa, de preferir bucear que nadar en la piscina, de morirme de asco al ver una tarántula muerta flotar sobre ella, y de aprender a los 7 años que "beatle" significa escarabajo. He coleccionado bichos dentro de un bote de pelotas de tenis con mi hermana pequeña, y he sabido desde bien pequeñita que desde luego, los gatos negros mucho amor si, pero mala suerte no dan ninguna. He tenido la ocasión de yendo a 5º de primaria, sentirme orgullosa por enseñar a leer a una niña de preescolar, he sentido lo que es tener las mejores notas de todo el curso, porque la que era y es la más lista de la clase tenía un “Superado con Dificultad” y yo sin embargo, lo tenía todo con “Bienes” y “Muy Bienes”, he sentido los nervios de una niña pequeña al escribir una carta de amor.
Me he sentido desde pequeñaja muy afortunada de poder viajar, y tampoco he viajado mucho, me he sentido desde pequeñaja muy afortunada de poder hacer prácticamente todo lo que me gustaba siendo consciente de que hay otras muchas personas que están limitadas o que simplemente no pueden. Me he sentido desde bien pequeñaja muy afortunada de tener el hermano que tengo, los hermanos que tengo, de haber tenido la oportunidad de conocer a cada una de las personas que he conocido, de quienes siempre he aprendido algo distinto. Me siento ahora muy afortunada, de saber que sigo siendo pequeñaja, y de saber que, sin acordarnos, mientras que hay a muchas personas que se les está acabando el cuento, a mí me queda todavía mucha historia por contar y querer inmortalizar fotográficamente, tal y como mi hermano, sin ser consciente de ello, me ha incitado a querer hacer.