Estabas allí. Delante. Enfrente de mí. Todos esos días. Todas esas horas. Y yo no veía nada. Odiaba estar donde estaba. Deseaba salir. Huir. Me pasaba la vida buscando algo. Buscándote, quizás. Y tú, mientras... delante. Con una tremenda tranquilidad que te hacía invisible a mis ojos.
Ahora esa canción me recuerda a ti. Y esa otra también. Y alguna más, seguramente. Y dentro de un par de años, cuando suenen repentinamente en mi reproductor de música, me vendrá tu rostro a la cabeza sin poderlo evitar. No me queda otra, me las has enseñado tú. Y llevan tu nombre escrito.
También me has enseñado otras muchas cosas. Quién te lo iba a decir, ¿eh?... Que enseñarías a esa chica que siempre llegaba tarde y que no te veía, que no todo es tan negro como parece. Que siempre quedarán motivos por los que sonreír. Que seguirán habiendo canciones que te partan en dos. Que hay un mundo lleno de gente extraordinaria por descubrir. Que el sol sigue quemando incluso cuando ya se ha escondido.
Pero como no era de extrañar, en cuanto empecé a verte con claridad, y supe que estabas ahí, que habías estado todo este tiempo, saliste corriendo.
Y ahora ya no te veo. Ya no sé dónde estás. Sé que existes. Pero ya no te busco...