Antes he mirado el móvil y me he quedado embobada contemplando mi fondo de pantalla, una imagen de mi último día en la playa de San Juan, antes de venir aquí. Mi preciada playa, que se despidió regalándome un día nublado y con mucho oleaje, de los que más me gustan a mí. Y es que si algo voy a echar mucho de menos de la ciudad en la que he vivido dieciséis años de vida, es eso, mi querida playa, mi querido mar, la enorme compañía y tranquilidad que me han dado estos últimos meses. Casi me entran ganas de llorar al recordar que en Madrid por mucho que ande nunca podré toparme con ese horizonte azul que a veces se pierde y hasta se confunde con el cielo, ni podré cerrar los ojos y escuchar las olas romper y acercarse paulatinamente a la orilla a saludarme para luego volver a meterse mar adentro, bueno, nunca tampoco, siempre existe la opción de caminar durante más de 450 kilómetros y llegar a la costa, pero creo que es una idea que descarto. Al menos sé que ella esta allí, esperando, que no se va a mover. Ella, mi playa, la que jamás, por más que quiera, va a dejarme de lado. (...)
Friday, September 28, 2012
Saturday, September 22, 2012
(...) Mi cama, sobre la que me encuentro, me recuerda que en ella los más amargos y los más sazonados sentimientos he palpado. Para mi gusto, hay dos partes del día que definen cómo es verdaderamente una persona: justo cuando se despierta y justo cuando se acuesta. Es en esa soledad cuando dejamos emerger con plenitud todos los pensamientos que nos aturullan a diario, constante y disimuladamente. Y es que cuando las personas se encuentran enfrentadas tan solo a su mente, a su cerebro, abrillantan su cara más vulnerable y se tuercen hacia su lado más humano.
Profunda, extrema, grande, maravillosa, indescriptible, inmensa felicidad me imperaba esa mañana de verano que auguraba el comienzo de un día, que a fecha de hoy, resulta, creo que lamentablemente, uno de los más memorables hasta el momento. Cual jovencita en plena edad del pavo permitía que esos nervios y esa ingenua ilusión se apoderasen de mí. Todos juntos esperábamos algo, te esperábamos a ti.
Llevo meses haciendo cosas porque tú me las has dicho, llevo mucho tiempo descubriendo cosas increíbles gracias a ti. Me he enamorado entre comillas de personas porque son similares a ti. Formas parte de mi crecimiento, me acompañas todos los días y nunca estás a mi lado. Haces que el rímel tinte de negro mis mejillas y me ayudas a descubrir todo lo que desconocía que se podía llegar a sentir. Despiertas un sentimiento de protección agarrado de la mano a una gran impotencia que ya no aguantaban más y demasiado han tardado en estallar.
No sé como son las declaraciones de amor, sólo las he visto en las películas, y me parecen bastante ñoñas, y cursis, y cutres. No sé qué es esto.
A mí, personalmente, claro que probablemente no coincidamos, me llenaría de emoción saber que en mi completa ignorancia he alimentado, e incluso sigo alimentando, la alegría de una persona ajena. Y quizá sea sólo ése el mensaje que pretendo que te llegue. No puede haber algo más grande que el hecho de ayudar a crecer un sentimiento sin hacer nada. Un buen sentimiento. Porque detestaría todo aquello que pueda hacerte daño al igual que me alegra todo aquello que te hace feliz.
No conozco apenas nada de tu entorno. Sé con certeza que si te asomas al balcón en una noche como la de hoy probablemente no veas ninguna estrella. Quizá las cigarras te molesten. Yo las mataría a todas por ti.
Tuesday, September 11, 2012
Sé de sobra que no nos fabricaron para estar juntos. Tú llevas la etiqueta de no se qué historia, y la mía narra una muy diferente.
Al rozarnos, hay dos núcleos que chocan y comienzan a entrelazarse apasionadamente para enseguida separarse un milímetro y rebotar cada uno hacia un extremo sin tener la más mínima intención de volver a entrar en contacto por mucho tiempo.
Es una jodida puta mierda, pero es así.
Un día deseas reventar hasta el último huesecillo que compone mi cuerpo apretándome entre tus brazos, y al siguiente pagarías por tener asegurado que no volverás a cruzarte con esa mirada de la que soy dueña. La misma que ha custodiado minuciosamente la maravilla que supone cada detalle de tu piel a una distancia de tu rostro que ni siquiera me permitía respirar fácilmente, a la par que sentía escapar con fuerza de tu naricilla, casi como si de tus ultimos suspiros se tratase, un aire que chocaba, con la que queda a la altura de tus hombros, mi frente.
Y perderás, al igual que ya has perdido, tiempo en empeñarte que no soy la persona adecuada ni correcta. Que todo ha sido siempre un error. Que todo ha terminado siempre en una dulce catástrofe. Y qué cojones importa cómo sea o qué forma tenga ese persona correcta o adecuada, y para qué ibas a molestarte en buscarla mientras sigas pudiendo abrir los ojos cada mañana y saber una única cosa con certeza de todos los años que llevas viviendo, o viendo la vida pasar: que al único ser humano al que vas a poder agarrarte siempre que todo a tu puto alrededor te dé la espalda y se esté desmoronando, soy yo.
Tal vez lo único que suceda es que somos alérgicos. Yo a ti. Tú a mí. Necesitamos pasar una revisión para que un tercero nos lo remarque por escrito: "Eso NO. A eso NO te tienes que acercar. Eso NO se toca. Ni mucho menos se prueba, se muerde o se saborea. Eso está prohibido.". Pero mejor, que ni se moleste, porque me lo paso de putísima madre sáltandome a conciencia cada una de esas supuestas prohibiciones.
Y mientras tanto, y por siempre, que yo siga evaporándome entre las letras de esa canción a la que, diablos, no sé cómo coño no cambian el título y le ponen tu nombre, porque no puede llamarse de otra manera.
Y que el resto del planeta siga pensando lo que quiera. Todavía no han entendido por dónde nos metemos todo aquello que se atreven a conjeturar. Que nosotros ya tenemos garantizado ser los protagonistas de al menos uno de esos memorables y emotivos momentos, que cuando recuerdas sé que hace que esboces sin ni siquiera darte cuenta una de tus mejores sonrisas.
Wednesday, September 5, 2012
Una amiga y yo, hace un par de días, estábamos esperando
frente al ascensor de un antiguo edificio, justo cuando de él salió una
viejecita quejándose entre refunfuños de que habíamos dejado la puerta abierta
y éste no bajaba, por lo que a punto estuvo de subir
andando a su casa cargada de bolsas. La
viejecita que, a ojo, aparentaba tener unos ochenta y pico años, presumía de
una cabellera blanca, corta, escasa, enredada y cardada hacia arriba, de una
piel bastante arrugada y manchada por el paso de los años, y de unos débiles
huesos que apenas le permitían agacharse a recoger las bolsas de comida y los
cartones de leche que en el suelo reposaban. Mientras yo agarraba la puerta para mantenerla abierta y que ella
pudiese salir con facilidad, mi amiga, a la par que se disculpaba alegando que
desconocíamos el funcionamiento del ascensor ya que no vivíamos en ese edificio
y sólo estábamos allí para ver un piso en alquiler, ayudaba a la viejecita a
transportar todas las bolsas hasta la puerta de su casa. Las dos, en nuestro
acto más compasivo del día, le preguntamos si también necesitaba que las llevásemos
hasta dentro de su hogar, a lo que la viejecita, con una sonrisilla y un
entrañable tono de voz, contestó que no hacía falta y se disculpó por
habernos hablado de aquella manera al principio, añadiendo en su despedida un "a ver si acabamos siendo vecinas".
Más tarde, recordándolo, desperté toda la ternura que
se esconde en cada huequecillo de mi cuerpo y lo único que me limité
a pensar y desear fue que ojalá esa adorable viejecita viva feliz y saludable
los años de vida que quiera que sea que le queden. Incluso deseé su
inmortalidad, esa tan inalcanzable y que desde hace tanto tiempo anhelo yo
misma.
Y justo un pelín después, me pregunté si soy la única loca del planeta que alguna vez ha sentido algo así por alguien cuyo
rostro ni siquiera recuerda y a quien quizá seguramente no vuelva a ver.
Y ya, más tarde todavía, imaginando la manera en la
que aquella viejecita debió estar cagándose, mientras subía por
el ascensor, en toda nuestra familia sin
saber siquiera que aspecto o forma de ser teníamos, me di cuenta de lo gracioso
que me resulta pensar en la cantidad de veces que nos equivocamos al adjudicar
ciertas maneras de ser a gente que no conocemos de nada, lo que podemos llegar
a detestar a alguien sin haber cruzado
previa palabra, y cómo cambia la visión que teníamos acerca de una persona
después de haber mantenido con ella una mínima conversación. Al fin y al cabo,
terminamos siendo todos iguales.
Sunday, September 2, 2012
"(...) No me cabe duda de que muchas mujeres coincidirán conmigo en que los hombres más guapos son aquellos que lo ignoran. Sea por inconsciencia, por despiste o porque no le dan importancia a sus atractivos, carecen del síndrome de Narciso y, como consecuencia, tienen esa ausencia de vanidad en la mirada que los hace irresistibles. Estos, los que nos gustan más, para qué nos vamos a engañar, tienen pelo. Si están depiladitos, te los imaginas en la acción de depilarse y se te evapora la libido en un santiamén. Por supuesto, si tienen muchos pelos en la espalda que les haga confraternizar peligrosamente con el hombre lobo, mejor pasar la podadora; pero si el vello tiene el buen gusto de estar donde debe, en esos sexys y estratégicos lugares donde la naturaleza se encuentra con la lógica... ¡Ay! Don't touch it, please!"
Saturday, September 1, 2012
No, ahora en serio, ¿qué hay de los asesinos de almas, o… de los creadores de sonrisas? A menudo comparten profesión. Construir y destruir felicidad en enormes cantidades, ese es su hábito. Lo más curioso es que algunos lo llevan a cabo inconscientemente. Algunos, más bien la mayoría, lo hacen a diario sin haberse leído antes el manual que les explica cómo realizarlo. Son los seres más poderosos de la Tierra, y cuando construyen pocas veces se les reconoce algo, al igual que cuando destruyen, pocas veces se les recrimina algo. ¿Existe alguna cosa que pueda ser mejor o tan solo equipararse a ser el nombre y apellidos de la felicidad de alguien, sin saberlo? De la misma manera que… ¿Existe algo peor que ser el causante principal de la tristeza o decepción de alguien, sin saberlo?
Si muchas veces pienso que hay gente que de primeras se merece que repentinamente le cuelguen una medalla del cuello en reconocimiento a todo aquello bueno que hace sin saber, no son pocas las veces que he pensado que alguien merece también todo ese reconocimiento, pero justo por lo contrario. Una buena somanta repentina de bofetadas por todo el daño que ha causado.
El problema llega cuando ambas cosas se enzarzan, cuando la tristeza y la dicha vienen cogidas de la mano, provocadas por el mismo ser. ¿Qué debemos hacer con tal individuo, entonces? ¿Abofetearle para luego entregarle lo mejor de nosotros? ¿Reconocerle los subidones de felicidad causados por su culpa, para más tarde reprocharle la gran desgracia causada, también, por su culpa? ¿Entregarle una rosa para luego arrebatársela y pisotearla? ¿O, mejor, limitarte a asumir que eres el ser más gilipollas del planeta por permitir que alguien que verdaderamente jamás te ha aportado nada tenga ese enorme poder sobre tus sentimientos y estados de ánimo? Pero no espero obtener la respuesta acertada a todo este conjunto de preguntas. Al menos no por parte de un cerebro humano. Dado que creo que precisamente nos caracteriza ser la raza más masoca, pues dudo que cualquier animal vaya, como muchos de nosotros, correteando detrás de alguien o algo que le ha hecho, e incluso le sigue haciendo daño.
Y concretamente, en cuanto a ti, que nunca he sabido ni sabré muy bien qué grupo asignarte de los dos que menciono al principio, ya que tal vez seas esa mezcla de ambos que menciono al final… Sólo puedo decir que no hay día que te vea pasar por delante y me tenga que aguantar las ganas de gritarte "¡¡¡Tienes un don y es un crimen que la gente no lo vea!!!".
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